
Hay discos que no se lanzan: se liberan. Porque no son solo música, sino acumulaciones de tiempo, de emociones, de momentos que se quedaron atrapados en los márgenes de lo cotidiano. Inmarcesible, el debut de Los Ostinatos, es exactamente eso: una cápsula sensorial hecha de atmósferas, recuerdos y preguntas sin respuesta.
La palabra “inmarcesible” sugiere lo que no se marchita. Pero este disco no se construye desde la negación del deterioro, sino desde el deseo profundo de dejar una huella antes de que la ola borre todo. Suena como una despedida con los ojos abiertos, como una flor que se cae sabiendo que alguien la recordará.
En su forma, el álbum está habitado por texturas synthwave, brumas de dream pop, pulsos electrónicos suaves y ecos emocionales. Pero más allá de los géneros, lo que se impone es el tono: melancólico, introspectivo, íntimo. Una voz que no exige atención, pero la mantiene. Como si te hablara desde dentro.
Los Ostinatos no parecen querer gustarle a todos. Quieren conectar con quienes todavía se detienen a sentir. Y eso es cada vez más raro. En un mundo de lanzamientos calculados, este disco parece hecho para resistir el olvido. Para quien todavía cree en la música como refugio.
El proceso detrás del disco también importa: autogestivo, artesanal, casi ritual. No hay poses, hay intuición. Y eso se nota. La producción de Odín Parada en Guadalajara no busca pulir hasta borrar, sino dejar la textura de lo vivido en cada canción. Incluso los videoclips, hechos con técnica stop motion y bajo recursos limitados, refuerzan ese universo emocional: frágil, onírico, valiente.
Inmarcesible no tiene singles evidentes ni hooks diseñados para TikTok. Tiene, en cambio, algo mucho más raro: alma. Y eso, hoy, no se encuentra fácilmente.
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